La distancia entre la pareja de bodegueros Giovanna Núñez y José Vera es tan solo física. Un protocolo de seguridad impuesto por el virus que los ayuda a mantenerse sanos. Acostumbrados a trabajar codo a codo en el minimarket que lleva el nombre de Giovanna -desde que era una bodeguita allá por el 2005-, la cuarentena los ha obligado al distanciamiento social al interior de su tienda, en Tablada de Lurín, donde reciben a 500 personas al día.
La norma se cumple a rajatabla: un metro de distancia. “Y a veces a cinco, cuando lo veo tenso a José”, bromea Giovanna. El humor y el amor son, por estos días, las únicas formas de convivir con esa angustia de tener una barrera invisible que los separa. Nadie, sin embargo, puede dudar que esta pareja personifica hoy un lema conmovedor: aún en la distancia, más unidos que nunca.
Esa unidad es la que ha hecho posible que Giovanna y José venzan al temor desatado por la llegada del COVID-19 a su barrio en Villa María del triunfo. Al principio, por supuesto, dudaron un poco. “¿Continuamos o nos damos un tiempo?”, se preguntaron ambos. Pero dos razones inclinaron la balanza: “Hay familias que dependen de nuestro negocio, y no queríamos que la gente del barrio se quedara desabastecida”, explica Giovanna.
La solidaridad se impuso. La unión de dos bodegueros lo hizo posible. Apenas dos de las ocho personas que tienen a su cargo en el minimarket pidieron permanecer en sus casas por precaución. “Les dimos vacaciones pagadas el primer mes, y ahora están descansando, pero volverán cuando todo pase”, explica José. Todos sus trabajadores, por cierto, son vecinos del barrio: la mayoría, madres que tienen familias que alimentar.
La solidaridad en el barrio ha permitido que Giovanna y José sigan adelante. Todos se cuidan entre sí. Tanto en su minimarket, como en su nueva tienda inaugurada en enero, las medidas de seguridad se intensificaron. La salud del barrio es la prioridad. “Recibimos un total de 20 personas. Solo aceptamos que ingrese uno por familia, y cuidamos que el resto haga la cola y respete la distancia marcada con cintas en el piso”, explica Giovanna.
En la entrada, una de sus colaboradoras se encarga de rociar alcohol en gel sobre las manos de los clientes. Un paño con lejía para los zapatos nunca deja de estar húmedo. Los protectores faciales, las mascarillas y los guantes son de uso obligatorio para todo el personal. “Y ahora estamos viendo de adquirir unos mamelucos para aumentar nuestras medidas de seguridad. Gracias a Dios, nadie se ha infectado”, cuenta la bodeguera.
“Estamos haciendo un gran esfuerzo. Procuramos tener todos los productos para que nuestros clientes no traten de ir a buscarlos a otros lugares y sean más propensos al contagio”, explica José. A Giovanna le consta el empeño de su esposo. Pero también su sentido del deber. “Cuando algo falta en la tienda, él se estresa. Siempre le dice a los chicos que la frase ‘no hay’ no debe existir. Ese es su lema”, cuenta con una sonrisa cómplice.
Hija de bodegueros, Giovanna tiene la suficiente experiencia como para llevar las riendas del negocio, mientras José -ex encargado de seguridad de un supermercado- mantiene surtidos estantes y refrigeradoras. El sacrificio es enorme en medio de la pandemia. Pero ambos se sienten orgullosos por la recompensa: un incremento de casi el 80% en sus ventas y el respaldo de Arca Continental Lindley y
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