Muchas cosas han sucedido en la vida de María Elena Hernández en los últimos dos años: su esposo perdió el trabajo, a ella los médicos le diagnosticaron un tumor, debió dejar su empleo, y pasó por el quirófano dos veces. Parada en la entrada de su bodega, recuerda esa serie de malas noticias como si llevara una armadura a prueba de todo. María Elena sonríe. Convertirse en una bodeguera fue el inicio de su prosperidad.
Al principio, no fue nada fácil. Una secretaria con estudios en administración y un ingeniero eléctrico poco o nada sabían sobre cómo regentar una bodeguita. Los primeros pasos fueron temerosos, aunque cargados de fe. Empezaron por la elección del nombre, un acrónimo sentimental con las iniciales de sus dos hijos: Fabiano y Valeria. FAVA. Así bautizaron a su negocio, y abrieron las puertas en una calle de Santa Rosa del Palmar en Ica.
Los clientes no tardaron en llegar. La mejor terapia para María Elena fue entrar en contacto con ellos, día tras día. “Al principio sí me chocó el tema de mi enfermedad, pero la bodega me ayudó a olvidarme un poco, a dejar eso de lado y enfocarme en el negocio”, le cuenta a Journey. Hoy, como todos los días, ha empezado a atender pasadas las seis de la mañana acompañada de Josué Ramos, su esposo, aliado y confidente.
La bodega FAVA se ha transformado en minimarket y ha sido escogida como parte de la campaña #BodegaSinResiduos. Es una de las seis bodegas que se convertirán en puntos para que los clientes dejen sus botellas de plástico durante todo el verano. María Elena se ha tomado muy en serio su labor como divulgadora. Desde que decidió aliarse con
Están por dar las ocho de la mañana. Josué debe irse a su nuevo trabajo. La rutina diaria es esa: ambos empiezan el día en la bodega, luego él se marcha y regresa a las siete de la noche para tomar la posta. “Si no se trabaja de esa forma, no vamos a poder sacar adelante nada. Más ahora que yo volví a trabajar y María Elena se queda en la bodega. Es un soporte bien grande. Estoy muy agradecido de contar con ella”, dice Josué.
María Elena sintetiza ese esfuerzo mancomunado con una frase: “Somos un equipo”. La bodega ha sido su refugio, su hogar. “Hizo que estuviéramos más juntos. Unidos. No solamente yo, mi esposo, mis hijos, sino también mis hermanos. Ha sido un reto, un aprendizaje. Pero me siento satisfecha porque es un negocio propio. Es algo mío”, dice, con el rostro colmado de entusiasmo. “Mi bodega es todo para mí”, agrega.
Los dolores corporales han cesado. El cáncer ha retrocedido. Y el negocio no deja de prosperar. “Emocionalmente logré superar esta batalla”, dice María Elena, más luchadora que nunca. Por supuesto, no descuida sus chequeos. Pero ahora respira más tranquila. La fortaleza le viene de su bodega, que para ella es lo mismo que decir familia. Su consejo es simple: “Hay que luchar, hay que vivir, hay que pensar en el presente”.
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