La fe de Silvia Ayala Quispe se sostiene en sus hijas. Desde que el sol se levanta sobre su bodega, en un rinconcito de uno de los barrios de Ica, pone su vida en las manos de cuatro de ellas. Son su fortaleza, su esperanza. Así lo cree esta mujer que en cada frase agradece a Dios. Es una creyente devota, pero también una madre que ha sabido sacar adelante a una familia numerosa y una bodeguera que convirtió su improvisada tienda en un minimarket.
Las hijas de Silvia son su verdadera bendición. Una vez que regresa del mercado, cargada con verduras, frutas, huevos y carnes, una sutil pero bien aceitada maquinaria se echa a andar. Son sus hijas, que parecen ser una extensión de ella. La multiplicación de unas manos que no se cansan de ayudar. Iris abre la tienda. Nadia atiende detrás del mostrador. Silvia va preparando los molidos. Y Luz saca las cuentas en la computadora.
Desde pequeñas las preparó para ser libres: mujeres autónomas. “Ustedes no tienen que depender del hombre, ni de nadie. Ustedes tienen que salir adelante por su propia fuerza. No tienen que esperanzarse en otros”, cuenta Silvia, en medio de su bodega, mientras sus hijas ordenan, atienden, pesan, cobran, despachan y vuelven a ordenar. Todas han seguido sus enseñanzas. “Ninguna de mis hijas me ha defraudado”, dice.
Los dos hijos mayores de Silvia se graduaron uno como veterinario y otro, como arquitecto. Ellos también apoyan en la bodega. Luz será la tercera profesional de la familia, cuando se gradúe como ingeniera civil. Y las más pequeñas, Nadia y Silvia, quieren seguirle los pasos. “No quiero que dependan de nadie. Tienen que aprender a luchar, a defenderse solas”, dice mamá Silvia.
Al menos así, ella aprendió a afrontar la vida. “A uno de mis hijos me lo ponía en la espalda, a otro en el brazo, mientras tenía al otro en la barriga. Pero igual trabajé. Así luché. Por eso es que mis hijos son así: de trabajo”, recuerda Silvia, la mujer que empezó con apenas una vitrina y unas cuantas botellas de gaseosa. “Coca-Cola fue una de las primeras empresas que me acompañó, gracias a Dios. De ahí empecé poco a poco”, cuenta.
Ahora, como dueña de una Bodega Elegida en Ica, ella y sus hijas están entre las miles de mujeres en el Perú incluidas en el compromiso 5by20 de
Este nuevo impulso ayudará a concretar los planes que Luz, una de sus hijas, ha empezado a diseñar. A partir de sus conocimientos como estudiante de ingeniería, quiere optimizar la logística de la bodega. “Me gustaría hacer un inventario de todos los productos, fijar horarios rotativos, renovar el mobiliario y lograr ventas más eficientes”, cuenta. Silvia ha decidido dejar todo en sus manos. Cree en ella a ojos cerrados. Así es la fe en sus hijas.
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